El Cristo Imagen
Muy útil sería en el trabajo
catequístico de la Iglesia en tierras americanas el Cristo imagen que tan
prominente era ya en la religión de los colonizadores.
Era mucho más fácil mostrar una
imagen que explicar un dogma; hacer un cambio de imágenes europeas por los
ídolos autóctonos que arrancar de cuajo ideas religiosas que eran producto de
siglos.
Tampoco era difícil americanizar
la imagen del Cristo, El sincretismo religioso se expresaría también en
esculturas y pinturas de un Jesús que retiene sus facciones extranjeras pero en
color moreno. Hay muchos cristos mestizos, y aun negros, en nuestra América
hispana. Aquí también el Cristo se volvería piedra y madera, lienzo y estampa
-obra de arte a veces magnífico- escultura y pintura en la gloria de los
altares, en el rincón hogareño, en la celda monacal, en el cruce de los caminos,
en la cresta de las montañas. El Cristo imagen habría de proyectar su sombra a
lo largo de todo un continente, Esta figura del Cristo se hizo familiar en
campos y ciudades, y al fin despertó en la gente hondas simpatías. Después de todo
el Cristo es un niño en los brazos protectores de su madre, inofensivo y dulce
como todos los niños. ¿Cómo puede El ser un déspota o un tirano? Si no es capaz
de liberar a la raza de sus ominosas cadenas tampoco puede culpársele de
haberlas forjado Él con sus débiles e infantiles manos.
Así que el cristo, que nos
trajeron los españoles, era un cristo
muerto, derrotado e impotente,
elocuentemente representado por el
cristo español de Velásquez. Un cierto número de figuras románticas que llevan cada una el nombre de
Cristo y en que se encarnan los ideales particulares de sus varios grupos de
admiradores, han suplantado al Cristo verdadero. En realidad tanto el mundo
anglosajón como el mundo hispano están abrumados por una necesidad común:
"conocer" a Cristo, "conocerlo" para la vida y el
pensamiento, "conocerlo" en Dios y a Dios en El.
Mackay caracterizó al
"Cristo sudamericano", como el resultado de un proceso de
"sudamericanización" de la imagen y la visión del Cristo español.
Según su interpretación el Cristo español no era el de los Evangelios, el que
había nacido en Belén, sino más bien otro, que nació en el norte de África. De
esa manera Mackay se refería a las transformaciones que había experimentado la
religión cristiana durante los ocho siglos en los cuales los españoles y
portugueses habían convivido con los árabes que invadieron la península en el
siglo ocho. En el análisis de Mackay hay dos notas importantes de la
cristología latinoamericana: la falta de humanidad del Cristo popular y la
ausencia de una visión del Cristo resucitado.
Lo primero que salta a nuestra vista en el
Cristo Criollo es su falta de humanidad. Por lo que toca a su vida terrenal,
aparece casi exclusivamente en dos papeles dramáticos: el de un niño en los
brazos de su madre y el de una víctima dolorida y sangrante. [6]
La imaginería y las devociones
populares latinoamericanas confirman la observación de Mackay. Es verdad que
las dos imágenes mencionadas nos remiten a aspectos muy importantes de la
persona de Cristo. El defecto profundo de la Cristología limitada dentro de
estos dos momentos, a los cuales se presta atención excluyente, es que le falta
coherencia y efectividad para la vivencia de la fe cristiana. En la percepción
popular de Cristo, estamos frente a una forma de docetismo:[1]
El efecto de este tipo de Cristología
para la vida es que nos ofrece un Cristo que se presta para que los hombres lo
apadrinen o lo compadezcan. La manipulación social de la fe y la ausencia de un
Cristo que sea modelo de vida pasan a ser una marca de la forma de cristianismo
resultante. Aquí la realidad se vincula con la otra marca de la Cristología latinoamericana
que Mackay analizaba, la falta de una visión del Cristo resucitado.
Ni se concibe ni se experimenta Su señorío
soberano sobre todos los detalles de la existencia, Rey Salvador que se
interesa profundamente en nosotros y a quien podemos traer nuestras tristezas y
perplejidades. Ha sucedido algo sumamente extraordinario. Cristo ha perdido
prestigio como alguien capaz de ayudar en los asuntos de la vida. Vive en exclusión
virtual, en tanto que la gente se allega diariamente a la virgen y a los santos
para pedir por las necesidades de la vida. Es que se los considera más humanos
y accesibles que Él .
Mackay popularizó también las figuras del
balcón y el camino para diferenciar entre una admiración estética que considera
a Jesús como objeto, desde la distancia, y un discipulado que se lanza a la
aventura de seguir a Jesús como Maestro y Señor. (ver presentación de PP)
El Cristo niño de brazos:
Después de todo el Cristo es un
niño en los brazos protectores de su madre, inofensivo y dulce como todos los niños.
¿Cómo puede El ser un déspota o un tirano? Si no es capaz de liberar a la raza
de sus ominosas cadenas tampoco puede culpársele de haberlas forjado Él con sus
débiles e infantiles manos. Es el niño que no puede hablar. Su balbuceo es
apenas comprendido por María, quien lo sostiene y le cuida. No puede el niño
Dios reprocharle a los amos blancos su abuso de poder, su ilimitada codicia y
lascivia, sus tremendas injusticias contra el
pueblo humillado y vencido,
Carece del don maravilloso de la palabra. Es inofensivo tanto para los
poderosos como para los débiles y pequeños. Nada puede hacer contra el pecado
de los unos y los otros. Es sólo la imagen de un niño que permanece sonriendo,
indiferente a la enorme tragedia que ocurre en su derredor. Se está forjando
bajo signos despóticos una raza, un nuevo mundo, y este niño Jesús no dice
nada. El indígena niño, subyugado por el patrón blanco, tratado como un niño
por sus conquistadores, se identifica consciente o inconscientemente con el
Jesús niño y corre a refugiarse en los brazos de la madre bondadosa. Así
la veneración a María llegó a tener más importancia en nuestra América que el
culto a Cristo. Las almas oprimidas buscan a la madre, María, no a su hijo Jesús.
El Cristo Agónico
Otra imagen favorita ha sido la del Cristo sufriente. En general, el catolicismo
hispanoamericano se ha caracterizado especialmente por la presencia del Nazareno
que sufre, agoniza y muere. La cristianización de estas tierras fue una siembra
abundante de la cruz. Por este signo venció España en la conciencia de sus
nuevos súbditos. Era la religión del crucifijo, del Cristo que muere en
impotencia clavado al madero de ignominia. La apoteosis de esta religión se efectúa el Viernes
Santo, no el Domingo de Resurrección. Por supuesto, el dogma afirma que el crucificado se levantó al tercer día
de entre los muertos; pero el dogma no parece llegar a las masas. Lo
que ellas contemplan es al Cristo prisionero, azotado, coronado de espinas,
clavado en la cruz, encerrado en su urna funeraria: su aposento de todo el año,
de todos los años, de siglos y siglos.
El Dr Emilio Antonio Núñez,
escribe un resumen sumamente impactante del Cristo imagen de iberoamericano:
El Cristo imagen está derrotado; la raza autóctona huye llena
de pavor; la nueva raza, la de las dos sangres, la de los dos mundos, nació
vencida. Hispanoamérica no sólo ha llorado con Cristo; ha llorado por
El. Y más por El que con El. Sus palabras pronunciadas en la vía
dolorosa se han echado al olvido: "Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí;
llorad por vosotras y por vuestros hijos". Sin embargo, y aunque parezca
contradictorio, al Cristo imagen se le piden favores. Se le compadece y se le
teme. Inspira lástima y fe. En grandes emergencias es posible acudir a El, y
mucho mejor si la petición se eleva a una de sus imágenes más milagrosas. En su
novela El Señor Presidente, Miguel Ángel Asturias pinta a lo vivo la fe de las
masas latinoamericanas en el Cristo imagen cuando pone en los labios de una pobre
mujer las siguientes palabras: A usté es
al que yo siento. Debía pasar a pedirle a Jesús de la Merced. ¿Quién quita le
hace el milagro? Ya esta mañana, antes de irme a la penitenciaría, fui a
prenderle una su candela y a decirle:
¡Mira, negrito! aquí vengo con vos, que por algo sos tata de todos nosotros y
me tenés que oír: en tu mano está que esa niña no se muera; así se lo pedí a la
Virgen
antes de levantarme y ahora paso a molestarte por la misma necesidad; te dejo
esta candela en intención y me voy confiada en tu poder; aunque dia-cún rato
pienso pasar otra vez a recordarte mi súplica.
[1]
Se le considera
como un ser puramente sobrenatural cuya humanidad, siendo sólo aparente, tiene
muy poco que ver en materia de ética con la nuestra. Este Cristo docético murió
como víctima del odio humano y con el fin de otorgar inmortalidad, es decir, la
continuación de la presente y carnal existencia.
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